“¿Estamos a salvo?”, preguntan migrantes venezolanos cuando llegarán a Estados Unidos


Cientos de venezolanos sintieron una sensación agridulce al llegar a Eagle Pass, una ciudad estadounidense en la frontera con México, el sábado después de semanas de viajar por caminos peligrosos y cruzar un denso bosque de alambre de púas.

“¿Estamos a salvo?”, pregunta entre lágrimas Karlen Ramírez tras cruzar el Río Grande que separa Estados Unidos de México y huir de la Venezuela de Nicolás Maduro como cientos de sus compatriotas.

En Eagle Pass, Texas, una ciudad de 30.000 habitantes que se ha convertido en uno de los principales pasos fronterizos hacia Estados Unidos, las autoridades estadounidenses han erigido un muro de alambre de púas que serpentea cerca de un campo de golf. Representa el último obstáculo en el doloroso viaje de miles de migrantes que han huido de su país por motivos económicos, sociales o políticos en busca del “sueño americano”.

“Me asusté cuando lo vi”, dice Luis Durán, oscilando entre sonrisas y lágrimas mientras lograba cruzar el alambre de púas gracias a una brecha por la que entraron el sábado más de 500 migrantes, la mayoría venezolanos.

“En otros países nos robaron y nos maltrataron”, explica este hombre de 37 años, que cojea con una lesión en el tobillo tras tener que saltar desde el techo de un tren en el que atravesaba parte de México con su familia.

«Allí». Señala el río. “Hombres armados intentaron secuestrar a mi sobrina”, dice entre lágrimas, abrazando a una niña de siete años que camina con la mirada fija en el horizonte.

“Pero Venezuela es peor. Tenemos miedo de quedarnos allí”.

“Ahora estamos más relajadas, todo está mejor ahora que estamos aquí”, añade su hermana Lexibel Durán, de 28 años, madre de tres hijas, antes de hablar con ella los funcionarios fronterizos.

– “Sin comparación” –

La Patrulla Fronteriza estadounidense registró oficialmente 1,8 millones de cruces de migrantes en su frontera sur entre octubre de 2022 y agosto de 2023, sin contar los puntos de entrada legales.

Bajo la presión de la oposición republicana que la acusa de convertir la frontera sur en un tamiz, la administración Biden está tratando de frenar la inmigración ilegal y al mismo tiempo abrir más canales legales.

Estados Unidos anunció que lanzaría un programa de ayuda a los refugiados. El secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, tenía previsto reunirse con la presidenta hondureña, Xiomara Castro, el sábado en la ciudad fronteriza de McAllen, en Texas.

Mientras tanto, las autoridades locales continúan con su estrategia de disuasión.

Un convoy militar estadounidense traerá más guardias armados y alambre de púas para cerrar las brechas el sábado.

Trozos de ropa cuelgan de la valla, señal de la ferocidad del alambre de púas.

Pero nada debilita la determinación de los migrantes, muchos de los cuales han caminado miles de kilómetros y desafiado las aterradoras selvas del Darién en la frontera entre Colombia y Panamá.

Cavan agujeros en la arena o mueven el alambre de púas con las manos para abrirse paso bajo la mirada de los soldados de la Guardia Nacional estadounidense, que sólo intervienen una vez que los inmigrantes han atravesado este laberinto de hierro para llevarlos a los puestos, las próximas fronteras.

“Esto no es nada”, dice Dileidys Urdaneta, una venezolana de 17 años, señalando el alambre de púas. “Porque lo que hemos vivido, lo que hemos sufrido, es mucho peor. Y lo que dejamos atrás es incomparable”.

La adolescente, que llegó a Eagle Pass sólo con sus documentos de identificación, un teléfono roto y la ropa que llevaba puesta, dice confiar en que «todo estará bien de ahora en adelante».



Pío Toribio

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